Tema n°
2 Cantares de gesta y novelas de caballería
Don Quijote de la Mancha |
Personalidad
de Don Quijote:
Muchos episodios del Quijote ejemplifican otros tantos casos de amor. Representa una concepción del amor caballeresco sustentada en la tradición del amor cortés. Por eso, antes de cada aventura, don Quijote invoca siempre a su amada Dulcinea y pide su amparo, porque ella es su señora y por ella se fortalecen las virtudes del caballero. En este sentido, Dulcinea del Toboso es uno de los ideales más sublimes de cuantos ha creado la mente humana. Don Quijote es un caballero andante para defender la justicia en el mundo y desde el principio aspira a ser personaje literario.
Hace el bien y vive la vida como una obra de arte. Se propone acometer "todo aquello que pueda hacer perfecto y famoso a un andante caballero". Imita al Amadís de Gaula, a quien don Quijote emula en la penitencia de Sierra Morena. En la segunda parte don Quijote ya es personaje literario —protagonista de la primera—, en la tercera busca sobre todo el reconocimiento. Y lo encuentra en quienes han leído la primera parte: Sansón Carrasco, los duques.... Ni siquiera cuando es vencido por el Caballero de la Blanca Luna y tiene que abandonar la caballería andante renuncia a su concepción de la vida como obra de arte: piensa en hacerse pastor.
Muchos episodios del Quijote ejemplifican otros tantos casos de amor. Representa una concepción del amor caballeresco sustentada en la tradición del amor cortés. Por eso, antes de cada aventura, don Quijote invoca siempre a su amada Dulcinea y pide su amparo, porque ella es su señora y por ella se fortalecen las virtudes del caballero. En este sentido, Dulcinea del Toboso es uno de los ideales más sublimes de cuantos ha creado la mente humana. Don Quijote es un caballero andante para defender la justicia en el mundo y desde el principio aspira a ser personaje literario.
Hace el bien y vive la vida como una obra de arte. Se propone acometer "todo aquello que pueda hacer perfecto y famoso a un andante caballero". Imita al Amadís de Gaula, a quien don Quijote emula en la penitencia de Sierra Morena. En la segunda parte don Quijote ya es personaje literario —protagonista de la primera—, en la tercera busca sobre todo el reconocimiento. Y lo encuentra en quienes han leído la primera parte: Sansón Carrasco, los duques.... Ni siquiera cuando es vencido por el Caballero de la Blanca Luna y tiene que abandonar la caballería andante renuncia a su concepción de la vida como obra de arte: piensa en hacerse pastor.
La locura
del protagonista es un permanente juego. Don Quijote finge estar loco y decide
jugar a caballero andante. Para ello acude a los libros de caballerías,
transforma la realidad y la acomoda a su ficción caballeresca: imagina castillos
donde hay ventas, ve gigantes en molinos de viento.., y cuando se produce el
descalabro también lo explica según el código caballeresco: los malos
encantadores le han escamoteado la realidad, envidiosos de su gloria. El relato
empieza: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha
mucho tiempo vivía un hidalgo". Con estas palabras Cervantes destaca que
los hechos que va a contar no ocurrieron en tierras lejanas, como las historias
de la caballería andante, sino muy cerca, en La Mancha, ni tampoco en tiempos
remotos, sino ayer mismo. Se han dado muchas explicaciones a este comienzo de
la novela: un octosílabo de un romance anónimo, negativa a decir el nombre del
pueblo natal de don Quijote por deseo de incluir a toda La Mancha, comienzo
característico de los cuentos populares, rechazo del autor al pueblo donde
supuestamente estuvo preso y comenzó la novela. Cervantes no especifica la
cuna, ni la genealogía, ni el nombre exacto de don Quijote para que pueda
caminar libre de todo determinismo, creando su propia realidad. Por eso a
partir del Quijote la vida del personaje literario será más libre.
Porque, como señala Carlos Fuentes, Cervantes ha puesto a dialogar a Amadís de
Gaula con Lazarillo de Tormes y en el proceso ha disuelto para siempre la
interpretación unívoca del mundo.
Capítulo 1 de Don Quijote de la Mancha
Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo D. Quijote de la Mancha.
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su vellori de lo más fino.
Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad. Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros de caballerías en que leer; y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva: porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas, le parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafío, donde en muchas partes hallaba escrito: la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura, y también cuando leía: los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza.
Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el juicio, y
desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara, ni
las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba
muy bien con las heridas que don Belianis daba y recibía, porque se imaginaba
que por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro
y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales; pero con todo alababa en su
autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y
muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y darle fin al pie de la letra
como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si
otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran.
Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto graduado en Sigüenza), sobre cuál había sido mejor caballero, Palmerín de Inglaterra o Amadís de Gaula; maese Nicolás, barbero del mismo pueblo, decía que ninguno llegaba al caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.
En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las
noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del
poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a
perder el juicio. Llenósele la fantasía
de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de
pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y
disparates imposibles, y asentósele mismo de tal modo en la imaginación que era
verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para
él no había otra historia más cierta en el mundo.
Decía él, que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero; pero que no
tenía que ver con el caballero de la ardiente espada, que de sólo un revés
había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con
Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalle había muerto a Roldán el encantado,
valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la
Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque con ser
de aquella generación gigantesca, que todos son soberbios y descomedidos, él
solo era afable y bien criado; pero sobre todos estaba bien con Reinaldos de
Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y
cuando en Allende robó aquel ídolo de Mahoma, que era todo de oro, según dice
su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama
que tenía y aun a su sobrina de añadidura. (Narrativa Épica)
En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído, que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre y fama.
Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo por lo menos
del imperio de Trapisonda: y así con estos tan agradables pensamientos, llevado
del estraño gusto que
en ellos sentía, se dió priesa a poner en
efecto lo que deseaba. Y lo primero que hizo, fue limpiar unas armas, que
habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos
siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y
aderezólas lo mejor que pudo; pero vió que tenían una gran falta, y era que no
tenía celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria,
porque de cartones hizo un modo de media celada, que encajada con el morrión,
hacía una apariencia de celada entera.
Es verdad que para probar si era fuerte, y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada, y le dió dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana: y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y por asegurarse de este peligro, lo tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia de ella, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje.
Fue luego a ver a su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real, y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis, et ossa fuit , le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le podría: porque, según se decía él a sí mismo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba acomodársele, de manera que declarase quien había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entones: pues estaba muy puesto en razón, que mudando su señor estado, mudase él también el nombre; y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba: y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar ROCINANTE, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo.
Puesto nombre y tan a su gusto a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento, duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar DON QUIJOTE, de donde como queda dicho, tomaron ocasión los autores de esta tan verdadera historia, que sin duda se debía llamar Quijada, y no Quesada como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís, no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya, y llamarse DON QUIJOTE DE LA MANCHA, con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.
Es verdad que para probar si era fuerte, y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada, y le dió dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana: y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y por asegurarse de este peligro, lo tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia de ella, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje.
Fue luego a ver a su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real, y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis, et ossa fuit , le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le podría: porque, según se decía él a sí mismo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba acomodársele, de manera que declarase quien había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entones: pues estaba muy puesto en razón, que mudando su señor estado, mudase él también el nombre; y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba: y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar ROCINANTE, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo.
Puesto nombre y tan a su gusto a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento, duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar DON QUIJOTE, de donde como queda dicho, tomaron ocasión los autores de esta tan verdadera historia, que sin duda se debía llamar Quijada, y no Quesada como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís, no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya, y llamarse DON QUIJOTE DE LA MANCHA, con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.
Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín, y confirmándose a sí mismo, se dió a entender que no le faltaba otra cosa, sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores, era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma. Decíase él: si yo por malos de mis pecados, por por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quién enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: yo señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero D. Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante la vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante?
¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero, cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quién dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque según se entiende, ella jamás lo supo ni se dió cata de ello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla DULCINEA DEL TOBOSO, porque era natural del Toboso, nombre a su parecer músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.
Actividades:
Desarrolla
las presentes actividades en una hoja de examen, colócale semestre, tú nombre y cédula de Identidad y
entrégalo para ser evaluado.
1.- Los Arcaísmos: se usa para designar un término léxico o
un elemento gramatical utilizado en el pasado en la mayor parte del dominio del
español pero que actualmente ha desaparecido del habla cotidiana de la mayoría
de hablantes, y sólo es usado en ciertos contextos, en ciertas variantes
aisladas, y que aunque en general es entendido por los hablantes no tiene un
uso amplio en la mayoría de variedades de la lengua.
Escribe los
Arcaísmos que encontraste en este tema.
2.- Qué opina Miguel de Cervantes sobre los
autores de las novelas de Caballería.
3.- Cuales son las características que definen
a Dulcinea.
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